Translate to english

agosto 01, 2020

XV

Mi cambio de vida fue tan gradual, que no pude tomarlo como lo que realmente signifi caba. Una cosa lleva a la otra, decía cada madrugada, y siempre las ideas fl uían naturales, de manera que casi no provocaban sacudones interiores de magnitud. Si bien lo del “loquito” me afectó un poco, lo digerí muy rápido, ¿era negación? Quién sabe, tal vez era un paso imprescindible que esperaba que sucediera de la forma más sencilla. Y fue así, yo sólo tuve que autorizar la operación. Sin dudas tenía “pasta” para ese tipo de negocio, de mi trabajo legal usé la organización meticulosa de cada detalle, sumada esta, al coraje desenfrenado que no me abandonaba, no había posibilidad de fracaso. En realidad había muchísimas, pero yo no las veía. Roberto no era más mi jefe. Aunque seguía cobrando su sueldo, casi siempre manejaba las cosas desde lejos, sólo solucionando los problemas y cobrando a todos. Sospecho que al encarar las deudas de manera más personal en mi cabeza no existía la posibilidad de que alguien me demorara un pago o se hiciera el “pelotudo”. Yo hacía frente derecho, encontraba a la persona y le cobraba. Si bien nunca usé la violencia, algo en mi actitud le avisaba al deudor que le convenía pagarme para vivir tranquilo. Pero mi vida y energías estaban enfocadas en la “villa” con mis muchachos y nuestra ofi cina. Creo que era feliz ahí. A pesar de ser incompatible para la amistad con todos ellos, me generaban sentimientos nuevos, eran buenos muchachos en cierto sentido, y querían prosperar. Para el primer aniversario, hicimos una choripaneada para todos. Muchos vinieron con sus novias, hermanos, madres o amigos; compramos cuatro barriles de cerveza y diez cajas de vino y nos quedamos cortos. Fue un éxito, fuimos más de cien personas alegres y conformes. Mi mujer no quiso ir, no le gustaba el ambiente y yo acepté su decisión. Me sugería con brío que dejara el negocio, que era peligroso, que no estaba nunca con ella y que no tendría hijos en un medio violento. Gradualmente, la dejé alejarse, nos queríamos muchísimo, pero no teníamos nada que compartir. Supongo que le quitamos al amor el sentido de pertenencia y se hizo muy frágil. Un día, ella se mudó al centro y yo me quedé en el barrio. Cada tanto, hablábamos por teléfono, nos encontrábamos y teníamos sexo del bueno. Pero los dos sabíamos que se iba a cortar en cuanto apareciera alguien que exigiera exclusividad. La extrañé mucho y creo que ella también, pero fue lo mejor. Fantaseé con vivir en la villa y construirme una casita, lo deseché cuando descubrí que necesitaba los dos mundos en los que me movía y que meterme allí sería un abandono paulatino del otro, mas burgués, intelectual, amistoso y confortable. Seguí en contacto con el contador Federico Villegas, aquel a quien convencí que me pagara. Comimos juntos varias veces y me presentó personas interesantes. Gracias a él, me sumergí en un nivel socio económico alto, iba a fi estas, salía con chicas. Me codeaba con los dos extremos de la sociedad y en ambos era un pez en el agua. Descubrí que no son tan diferentes, los problemas morales quedan relegados a la golpeada clase media. Controlábamos cinco partidos del conurbano, éramos más de sesenta soldados a cargo de seis capitanes y un general, o sea yo. Hubo muchas batallas, guerras de guerrillas, cuerpo a cuerpo. No era fácil entrar a los nuevos barrios, pero nuestra “onda Ghandi” con los clientes y “Saddam” con los colegas nos abría las puertas de las calles. Los partidos del oeste eran duros, incluso debí abandonar uno, porque tomarlo demandaría demasiadas energías. Entraba mucha plata de los afanos y los actos políticos, pero mucha más, del servicio de protección que brindábamos. Fue un negocio duro, con competencia feroz e instalada desde décadas. Jiménez nos ayudó a resolverlo gracias a la información policial. Con nuestro apoyo, dirigió operativos en los que detuvo a algunos jefes del negocio. Eso le valió un nuevo ascenso y muchos billetes de mi parte. Igual, el granito de arena aportado por Jiménez sirvió para darnos coraje. Quedaban muchos jefes que tuvimos que golpear, desaparecer, amenazar. Fueron unos meses difíciles aunque fabulosos. La posibilidad de morir estaba en cada esquina, y la parca me seducía y asustaba. El primer mes me instalé en la villa, después fui poco a poco volviendo a mi vida habitual. A diferencia de las mafi as locales, nosotros ofrecíamos un seguro total contra afanos de cualquier tipo, y eso incluía a los antiguos recaudadores. Si alguno rehusaba, le demostrábamos el error con asaltos diarios y algunos golpes suaves. La competencia no podía rivalizar con eso, y si trataban de evitarlo, les caíamos como un ejército enojado. Guillermo cayó herido en una de esas batallas y murió a los pocos meses. Tenía veintidós años, era un gran peleador y con una memoria brillante. Un día le llevé un grabador a la clínica y le pedí que dejara registrado todo lo que recordara del tiempo conmigo. Cuando murió, llevaba grabados quince casetes de noventa minutos, que algún día escucharé. Murió agradecido conmigo y los muchachos, nos consideraba su única familia desde que dejó la “barra” del equipo de sus amores. Los muchachos de Guillermo se repartieron entre los cinco restantes, y me pareció un buen momento para ascender a Martín, el rubio de mi primer enfrentamiento, que trabajaba para Julián. Le cedimos cinco soldados y lo pusimos a prueba.

No hay comentarios: