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agosto 01, 2020

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Jiménez me esperaba en el bar, ya había bajado tres cuartos de la botella. Andaba de civil, su uniforme lo hacía verse más gordo de lo que en realidad era. Estaba pensativo, o borracho, pero denotaba cierta intranquilidad y efervescencia propia de mentes preocupadas. Llevaba veinte años como policía de la provincia y seguía en un puesto bajo, quizás por falta de capacidad o por carecer de simpatía de los jefes. Creo que odiaba la institución, pero no estaba preparado para abandonarla y volver a la civilidad. Tenía miedo, muchos lo odiaban, incluso mis muchachos. Me aseguraba que seguía vivo nada más que por el uniforme. –¿En qué andás, Joaquín? –Ya te dije ayer, ¿A vos qué te pasa? Te noto triste. –Estoy como siempre, ¿es tristeza? andá a saber, tal vez sea cansancio. Su cara estaba surcada por miles de capilares rojos visibles desde muy cerca. –No me vas a decir que trabajás tanto. –No vas a creer, pero le meto unas doce, trece horas por día. Incluso los fi nes de semana. Si no, no podría vivir, con el sueldo de cana, sin horas extras, o partidos de fútbol, no llego a fi n de mes. –Si me vas a llorar, me voy a la mierda. –Vos preguntaste, bancátela. –Tenés razón. ¿Qué se cuenta por el concejo? –Nada, tu concejala quiere ser intendenta. Llamala y decile que está en pedo. –No entendés la política, ella necesita fi gurar en el partido, igual es una inocente, porque piensa que alguna vez la tendrán en cuenta. Cuando la pusieron de candidata a senadora provincial estaba contenta, aunque sabía que no iba a sacar ni el tres porciento. Bueno, allá ella, yo ya no le doy más bola, que hablen ellos, si quieren. –Al fi n te diste cuenta, laburabas gratis para esos huevones. –Nada es gratis, conocí gente que me puede servir en el futuro, incluso te conocí a vos, aunque no sé para qué me podés servir. –Nunca se sabe, mi amigo, la vida da vueltas sin parar. –Así dicen. ¿Lo conocés al Cholito Márquez? –Sí, lo metí dos veces en cana, era un tipo bravo, aunque desde la última “enjaulada” se quedó tranquilo. –¿Qué hacía? –Vendía desde falopa y fi erros, hasta estéreos y teles afanadas. –¡Lindo pibe! ¿Sos amigo? –Nos saludamos amablemente, si nos cruzamos. Te repito ¿en qué andás? –En nada, ayer le hice una entrevista, y no le creí nada de lo que me dijo. Pero ahora compruebo que es todo cierto, me alegro. Jiménez fue al baño y yo quedé sumido en pensamientos. ¿Para qué lo quería a Jiménez? Porque ésa, era otra carta que había jugado con los muchachos, “Jiménez no los joderá más” les aseguré, pero el hombre no me dejaba siquiera un espacio para encarar la situación. –¿Andás de fi erro ahora? –¿Qué decís?, en la vida tuve arma. –Digo, porque te quedaste con el “caño” de Juliancito, ¿O se lo devolviste? –¿Cómo te enterás de todo? –Pueblo chico, ¿Qué hiciste con el fi erro? –Lo guardé en mi ofi cina, le dije que se lo devolvería cuando fuera bueno. Creo que lo dio por perdido. –¿En qué andás, Joaquín? Teneme en cuenta, cualquier cosa, –Jiménez, vos sos cana, si anduviera en algo raro serías el menos indicado. –¡Ahora sos inocente! Escuchame, si vas a mover fi chas con los muchachos, avisame, yo te puedo ayudar, no gratis, pero tampoco por tanto. –¿Qué me ves, cara de mafi oso? No seas boludo, Jiménez, no tengo cabeza para el delito. –Por hoy te voy a creer, mañana, no sé. –Pensá lo que quieras, me tengo que ir, saludos a tu señora. –Te digo de verdad, avisame, cualquier cosa. –No te preocupes, cualquier cosa te busco. Pagué la cuenta y me fui, mi compañero seguía sentado dispuesto a terminar la cerveza recién abierta, lo saludé desde la puerta y me hizo una venia militar, me reí y caminé hasta casa. Los martes mi mujer salía con las amigas y volvía tarde, era mi día meditabundo y de soledad desde que me quedó corto el domingo a la tardecita, cuando ella iba a misa. No necesito la soledad para planear y ordenar las ideas, prefi ero el ruido y el desorden para tales efectos, la soledad me reconforta de otra manera, menos profunda. Con los años descubrí que mi psiquis no me permite hacer un plan de pensamiento, no puedo proponerme “pensar sobre algo de dos a cuatro” porque en lo único que pienso es en que tengo que pensar. Las ideas surgen durante todo el día, muchas veces debo agarrarlas al vuelo y ponerlas en un costado del cerebro para usarlas luego, y las “muy perras”, al igual que los destornilladores, no aparecen cuando las necesito. Puse un CD de Sabina, me preparé unos mates y me tiré en el sofá a disfrutarlos. Me sentía raro, creo que necesitaba un poco de acción, esperé que se me pasara y subí el volumen seguro de que la vieja del tercero me tocaría la puerta en cinco, cuatro, tres, dos, uno…

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