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agosto 01, 2020

IV

Crucé la plaza al cejo, en la esquina había un grupito de muchachos tomando cerveza. En otro momento habría cambiado de vereda, pero no tenía ganas ese día. Me senté en un banco y los miré, ninguno llegaba a los veinte años, hablaban mal, con la mandíbula hacia fuera y la lengua contra el paladar. Me miraron feo, saqué un cigarrillo y les pedí fuego. Uno me tiró el encendedor y se lo devolví con fuerza a la altura de la cara. –¡Pásamelo bien o metételo en el orto!– Le dije. Se me acercaron los tres medio furiosos y haciendo ademanes. Saqué el revolver y lo apoyé sobre el portafolios. –Todo bien, “vieja”, tranquilo. Guardé el arma en el bolsillo interno de mi saco. –Estoy buscando “boluditos” para llenar de agujeros. Ustedes parecen medio boluditos. –Ni ahí, “nosotro” nos la “bancamo” Somos del palo. De la barra. –¿Conocen al Julián? –Sí, laburamos juntos a veces. –Mañana veremos qué hago con ustedes, ¿Cómo se llaman? –Pepo, Roque y Guillermo. ¿Vos sos Joaquín? –Sí, ¿me da alguno fuego, carajo? –Tomá loco, lo hice hoy, ¿está lindo viste? Te lo regalo. –Gracias, mañana nos vemos. A las siete y cuarto estaba en casa, me sentía raro aunque tranquilo, tenía ciento quince pesos extra en el bolsillo. Cuando llegó mi mujer la invité a comer a un bonito restaurante del barrio. En cuanto estacioné, el cuidacoches se me acercó con el famoso “¿se lo cuido, maestro?” –Mirá, pendejo, si no me lo cuidas bien, te vas a tener que cuidar vos y después alguien te va a cuidar en el hospital. ¿Está claro? –¿Estás “neuroasténico”? Ojo cómo me hablás, loco. Me le acerqué hasta quedar cara con cara, mi mujer estaba asustada pero la calmé con un gesto. –Mucho cuidado, pendejo. A Joaquín Sobiles, no le dicen “neurasténico”, ¿clarito?– En ese momento mi rodilla se incrustó en sus testículos. –Todo bien, perdoná, no te conocí– El jovencito quedó sentado junto a mi auto y nosotros entramos a comer. Le conté los hechos a mi mujer que me miraba con asombro, el tema la asustaba. – ¿Qué pensás hacer? –Ni idea, mi amor, lo que me preocupa es mi falta de preocupación. ¿No te parece qué debería estar asustado? Ni un poco, nada de miedo, creo que rompí una barrera. –Lo de Roberto está bien, al fi n de cuentas es un huevón, pero la otra gente me suena peligrosa. –Puede ser, pero no me asusta. Al fi n de cuentas son muchachos sin futuro, si les muestro una señal, capaz que hasta me agarran cariño. –¿Qué señal les vas a mostrar? –Ni idea, pero ya se me va a ocurrir. Mañana me junto con un tipo que tiene un bar en la villa, si lo conquisto a él tengo la mitad del camino asegurado. –¿Te das cuenta que hoy fuiste tan chorro cómo ellos? –Depende del cristal con que se mire, creo que los muchachos van a ser buena gente algún día, mientras tanto, tienen que comer. –Me da miedo, Joaquín. Mirá si te pasa algo. –Puede ser, pero hoy hice un clic, nadie más va a hincharme las bolas. Ni mi jefe, ni los chorros, ni la cana, nadie. –¿Y tu trabajo? –Veremos que pasa, perdí totalmente el miedo a ser despedido. Hoy quedó demostrado que hago falta ahí; si yo hubiera sido el jefe, me habría echado. Pero no me echó y tal vez sea bueno seguir un tiempo con el “soretito”. –Por ese lado me alegro. Un tema llevó al otro y la comida estuvo sabrosa. Cuando salimos el cuidacoches no estaba. Ya en casa, me acosté y dormí como un lirón.

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