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agosto 01, 2020

XI

Me levanté a las cinco y media de la mañana, despabilado y con energía. Me había dormido pasadas las nueve, aunque interrumpí mi sueño en pos de los mimos de medianoche de mi mujer, que cuando llegaba un poco pasadita de copas de una noche de “chichoneos” se ponía cariñosa. Yo, encantado. La única decisión que tomé la noche anterior fue ponerme en buen estado atlético, necesitaba de mi cuerpo y mi fuerza mucho más que antes, por eso me calcé mi único par de zapatillas y salí a correr. No me gusta correr, pero tanta energía nueva debía descargarse. Troté media hora, hice fl exiones de brazos, abdominales, tríceps y hasta me colgué del pasamanos de la plaza e hice piruetas. La ciudad estaba en silencio, la sentía mi propiedad, y un poco lo era. A las seis y media el día ya era día y algunas personas iban hacia la estación de trenes. Volví a casa de un trote y me duché durante quince minutos. Llegué temprano al trabajo, nada más que porque quería. Roberto se sorprendió con mi llegada y con mi excelente humor. Le tuve lástima ese día, el pobre tipo pensó que yo quería resarcirme de mis actitudes, nada más lejos de la realidad, pero me parecía que podía transformar mis horas de trabajo en un tiempo alegre. –¡Joaquín! ¿Te caíste de la cama? –Chiste viejo, Robertito. Fue la cama la que se liberó de mí hace cuatro horas. No sabía qué hacer, entonces me vine temprano y en auto. –Me alegro, ayer no logré hablar con el contador de Comex, creo que se hace negar. –Quizás estás siendo demasiado político, ¿Cuánto te deben? ¿Veinte mil? ¿Y se hace negar? Yo lo cagaría a trompadas. –Hay que cuidar a los buenos clientes. –Ellos deberían cuidarnos a nosotros. ¿Vamos a Comex y lo esperamos? Algo nos va a tener que decir. –Esperemos, es una empresa grande, muy grande y más vale ser amigos. –¿Cuánto me das si hoy vuelvo con el cheque en la mano? –Considerando los pasos que toma hacer un pago en Comex, te diría que es imposible que hoy cobres. –¿Cuánto? –Quinientos. –Sos un miserable, por eso no muevo el culo. Arreglate solito. –Mil. –Dos mil quinientos, cash. –El diez porciento, dos mil, en negro. –Listo, pero lo quiero por escrito. Hice una nota en Word donde constaba el arreglo y mi jefe la fi rmó seguro de mi fracaso. El contador de Comex era un esnob un poco amanerado. Había pasado por muchas empresas del rubro, siempre en puestos importantes, posiblemente debido a sus contactos. Llegué a las once al edifi cio de vidrio, me anuncié con dos apellidos y aseguré que me esperaban a esa hora. Me senté en el lobby hasta que lo vi entrar. La secretaria le anunció mi presencia y giró la vista hacia mí. En el momento que se acercaba sonó mi celular. –Joaquín, soy Julián, Jiménez lo agarró al Pichu, dice que lo llames al celular. –Ahora lo llamo. –Soy el contador Federico Villegas, ¿Te conozco? –Sí, hemos hablado por teléfono. Mi familia conoce mucho a la suya. Le nombré todos los parientes que se me ocurrieron y encontramos muchos en común, la cosa iba bien y hasta hablamos de la fi nal del abierto de polo. Aunque yo tenía un problema más grave que solucionar. –El mundo es chico, Joaquín. –Un pañuelo, Federico. Te cuento: Tengo un problema en la empresa, vos lo conocerás, se llama liquidez. –Lo conozco muy bien– Se rió con ganas y me palmeó la espalda. –El tema es que mañana tengo que hacer unos pagos, y necesito cobrar veinte lucas de ustedes. –¡Estás loco! No puedo extender pagos hasta la semana que viene. –Escuchame, estamos en la misma, desde ya que lo tuyo es un poco “más macro”, pero los fondos que manejamos tienen siempre maleabilidad para cualquier imprevisto. –De verdad, Joaquín, veinte mil pesos es mucha guita. –Para mí, sí, para esta empresa es un vuelto. –No es así. Te puedo tirar diez con un diferido a treinta días. –Eso es “nada” en este momento, Federico, necesito quince hoy, si querés diferime cinco, pero a quince días. –Si te escuchara tu tío Julio, estaría agrandado, lástima el cáncer. –Una cagada el cáncer, pero no hablemos de los que no están, necesito quince lucas para hoy, máximo mañana. –Sos un personaje, Joaquín, ¿Cómo es qué nunca nos vimos? –Nunca escuchaste hablar de las “ovejas negras”. Eso era yo hasta que me casé, sólo tengo contacto cercano con mi abuela. Pero eso no importa ahora. ¿Tenés café? Desde las siete que no tomo nada. –Lo que no tengo es tiempo, pero pasá a mi ofi cina y charlamos un poco más. –Bárbaro, me gusta ese pañuelo, ¿Es de James Smart? –De dónde si no. ¿Comprás ahí? –Cómo verás, no uso traje. Prefi ero una buena camisa, un buen pantalón y los zapatos siempre de “Guido” –Yo traté de dejar el traje de lado, pero no puedo, eso sí, los viernes me saco la corbata. Pidió dos cafés a la secretaria y sonó su teléfono. Aproveché para llamar a Jiménez. –Jiménez, ¿Qué hacés con mi muchacho? Es buen pibe. –¿Tú muchacho? Lo tengo en la puerta del patrullero, si tardabas cinco minutos más en llamar, lo metía en cana. –Dejalo ir, después arreglás conmigo. –¿Si vos no andás en nada, cómo puede ser qué arregle con vos? –¿Qué querés? –Un bocadito. –Te puedo dar más que eso, pero largalo, tiene que ir a laburar con el tío y necesito estar bien con el tío. –Si lo largo, nos vemos esta tarde para hablar con claridad. –Mañana a la tarde, hoy estoy “hasta las manos”, pero sí, mañana charlamos. –Yo sabía que no eras ningún periodista. –Sí que soy, el día que escriba el libro va a ser un éxito. Che, Jiménez, ¿Me quedo tranquilo qué lo largás o llamo a Julián para averiguar? –Quedate tranquilo, mañana hablamos. –Disculpame, Federico, esto de manejar tantas cosas al mismo tiempo es complicado. –¿Metieron a alguien preso? –Sí, bueno, casi lo meten en cana, un muchacho que labura para mí, pero ya arreglé con el policía que lo agarró, todo solucionado. –Mejor no pregunto sobre tu segundo trabajo– Federico sonrió, trajeron el café en unas tazas con el logotipo de Comex. –Lindas tazas, un poco corporativas quizás, digo. –Preferiría que fueran lisas, pero viste cómo son las grandes empresas, buscan la uniformidad. –Bueno, te vi hablar mucho por teléfono, escuché que nombrabas la empresa, escuché por ahí un “apurate”. ¿Qué tenemos? –Diez, para hoy; cinco para el lunes que viene y cinco para fi n de mes. –¿Tanto te costaba pagarme todo junto? –Me iba a costar mucho explicar las causas. Menos de doce lucas, no generan preguntas. –Dame once quinientos para hoy. –No, agarrá lo que te doy, creo que está bien. –Tenés razón, no discuto más del asunto. ¿A qué hora salís a comer? –Hoy no salgo, llegué muy tarde y estoy con el agua al cuello, pero podemos almorzar la semana que viene, tomá mi celular, llamame el martes, quiero saber sobre tu otro negocio. –No creo que te guste, pero quién sabe, un gustazo Federico. –Lo mismo digo, llamame, no te olvides.

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