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agosto 01, 2020

XII

La cara de mi jefe cuando le entregué los cheques, merecía ser fotografi ada. Esos dos mil pesos le dolieron demasiado, quiso objetar el hecho de que la mitad era diferida, pero me pegué el papel fi rmado en la frente y le hice una danza alrededor del escritorio. Lo acompañé al banco y metí mil pesos en mi bolsillo, el resto lo cobraría en los plazos fi jados por los cheques. Julián me esperaba en la plaza, Jiménez había soltado a Pichu y todo andaba bien. Quiso que fuera a conocer las reformas en su nuevo hogar, pero no tenía ganas. Me limité a agarrar la plata e ir juntos a comprar el equipo de música para la ofi cina. Mi “mano derecha” volvió contento a la Villa con la caja al hombro y yo, de paso, me compré un par de libros y pasé por el supermercado a proveerme de cerveza, quesos varios, fi ambres y comida de la rosticería. Quería llegar a casa y no salir hasta el día siguiente. Todo cambio trae aparejadas consecuencias, y estas son asumidas con desgano. Mas todo en la vida es trueque, lo bueno suele traer aparejado lo malo y la suerte: la desgracia. Yo esperaba las señales de la vida, los puñales por la espalda, los desacuerdos. Pero nada pasaba, mi empresa llevaba varios meses de vida y todo parecía ir mejorando. Aunque no había que confi arse. Me junté con Jiménez a charlar muchas veces, le tiré unos pesos que parecían no alcanzarle para nada. Seguía con ganas de meter en cana a mis muchachos, que día a día lo odiaban más. Cada vez que los veía, estuvieran a no “empujando”, los detenía y me llamaba, lo que signifi caba un desprendimiento monetario de mi parte, del que me estaba cansando. –Me estás despellejando vivo, Jiménez, dejá de pedirme guita. –Si la hacés por izquierda, compartila. –¿Por qué seguís siendo yuta si sos más chorro que mis muchachos? –¿Y vos? ¿Vos sos un tipo legal y prolijo? Ya te conté, si no fuera cana, estaría muerto. –¿Y no querés ser un poco más?, ¿subcomisario o algo así? –Ni terminé el secundario, Joaquín, ascender me cuesta mucho. –¿No hay ascensos por logros? –Tienen que ser muy publicitados y en lo posible con el ofi cial herido. –¿Qué te parece si te genero una zona “libre de afanos”? –¿Vos pensás que podes manejar eso?, sos muy “pichi” todavía, hay muchos más grosos que vos en el barrio. –Si, pero yo manejo el “chiquitaje” y por ahora nadie quiere meterse conmigo. Tampoco jodo a los grandes. –Dejame pensarlo. –Pensalo, y dejá de sacarme guita. La publicidad te la doy gratis, incluso en algún diario va a salir algo. –Dejame pensarlo. A la semana, combinamos con Jiménez la zona en cuestión. Cada día, uno de mis muchachos debía patrullarla, espantando posibles chorros. Al fi nal del día, recibía un quince porciento de los otros cinco y de mí. Pepo, Guillermo y Roque consiguieron dos nuevos muchachos que laburarían para ellos tres, y eran buenos, aunque yo ni siquiera les hablaba. Julián, reclutó al “rubio” dos días por semana, pero como empleado, iban juntos a todos lados. A él sí le hablaba, aunque poco, y exclusivamente porque solía estar en la ofi cina cada vez que yo iba. Las instalaciones mejoraron, una vez que conseguimos el teléfono, instalé ahí mi computadora para tener Internet. Julián se pasaba horas dibujando con el “Paint”, y como lo vi tan entusiasmado, le instalé el “Coreldraw”. Hacía maravillas con el Mouse y los colores. Mis ingresos ilegales superaban ampliamente a los legales y casi no tocaba el dinero pensando en algún plan para con él. Los jueves a la mañana entrenaba con Pichu en el parque de la rivera, un lugar paradisíaco a la orilla del río y rodeado de mansiones protegidas por grandes paredones. Aprendí nuevas técnicas para trepar paredes, y más de una vez hicimos sonar alarmas. Era divertido y a la vez desafi ante porque mi empleado solía superarme en proezas. De lunes a sábado salía a correr a la madrugada y le tomé cariño al ritual de la ducha larga posterior. Mi energía brotaba por cada poro, me llevaba el mundo por delante, incluso en mi trabajo legal, conseguía cobrar cada vez que me lo proponía. Mi vida matrimonial iba bien, quizás menos dialogada, pero, para compensar mis silencios, mi cuerpo superaba cualquier exigencia amatoria y generaba sonrisas en nuestras caras. A pesar de todo, yo no me sentía un delincuente, incluso, todavía tenía la sospecha de estar haciendo algún tipo de bien a la humanidad. La delincuencia en la ciudad tenía muchos matices. Había muchos chorros que me respetaban y buscaban trabajar bajo mi mando. Yo los rechazaba mandándoselos a Julián, pero la mayoría de ellos, no querían estar al mando de quien hace poco tiempo era su vecino y colega. Recibía notas amenazadoras de personas que no conocía y a las que sin duda molestaba, pero no me preocupaba demasiado, suponía que si hubieran querido matarme o pegarme, lo podrían haber hecho en muchas oportunidades. Yo casi siempre andaba solo, incluso prefería la soledad porque daba la sensación en los otros de que no necesitaba de nadie que me protegiera. Si iba a ser un delincuente, no quería guardaespaldas que coartaran mi deambular, para eso me quedaba tranquilo y con mi trabajo anterior.

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