Translate to english

agosto 01, 2020

VI

Cholito Márquez era un morocho alto y fl aco. Rondaría los cincuenta, aunque los disimulaba con un corte de pelo “setentoso” que resaltaba su nariz sobredimensionada. Cuando reía se apreciaban sus muelas de lata, incluso una de sus paletas superiores era dorada, lo que contrastaba con el plateado molar. Usaba una “chiva” de cinco centímetros en su pera y se notaba que su genética india lo había desprovisto de barba completa y tupida. Hablaba pausado aunque no con corrección, sin embargo, usaba términos rebuscados en su discurso. Incluso parecía sumiso, pero yo sabía que no lo era. –Julián me contó que querías verme, ¿se trata de algún negocio? –De algo que puede llegar a ser un negocio. Mirá, Cholito, necesito tu bar para reunirme con los muchachos, puedo comprarte una parte o pagarte un alquiler. –No habría difi cultad, tengo un galponcito atrás que a veces alquilo. –Entenderás que vas a perder algunos clientes si nos instalamos ahí, pero lo vas a compensar con otros ingresos. –No te preocupes, en el barrio todos me conocen, saben que en mi bar no pasa nada si yo no lo autorizo. –Eso es bueno, entiendo que todos te respetan, pero una vez que empecemos, puede venir cierta gente, incómoda con nosotros. –¿De otros barrios, decís? –O de la villa misma, calculá que no vamos a tener a todos contentos. –Ni Jesús ha logrado ese cometido, la raza humana es insatisfecha por naturaleza. –Pero la insatisfacción lleva al progreso, Cholito. No estamos conformes, entonces cambiamos, y esos cambios benefi cian a unos y perjudican a otros. La charla se desvirtuó en fi losofía de bar, hasta que a las siete me despedí con un abrazo y un beso de mi nuevo amigo. Era jueves, por lo que convení con Julián la primera reunión para el sábado a las cinco de la tarde, en el bar. Él se encargaría de juntar a los muchachos, por el momento eran seis, contando a los tres del incidente del encendedor. Julián había aceptado el papel de recaudador, y antes de irme me entregó doscientos veintiocho pesos. Era día de cena con mis suegros, pero necesitaba ver a mis amigos, por lo que llevé a mi mujer hasta la casa de sus padres y encaré, solo, para el centro. Julián y Juaco me esperaba en la entrada de la villa, entramos en el auto, a paso de hombre entre las calles angostas y las casas de chapas, cartones y con cubiertas de autos en los techos. Los chiquitos corrían a la par de nosotros mientras sus madres les gritaban desde todos lados. Diez minutos después llegamos al bar de Cholito. Salió a saludarme y me indicó que estacionara el auto detrás del bar. La construcción del local era fi rme, de buenos ladrillos y techo de zinc nuevo. En el medio, una mesa de billar roída y cuatro tacos de dudosa calidad. La barra del bar, también de ladrillo, alojaba la “chopera”, con su canilla y el cajón lleno de vasos a su lado. La concurrencia tomaba cerveza en su mayoría, solamente los más viejos lucían en sus mesas cajas de vino y sifones de soda. Al fondo de la calle aprecié una cruz y supuse que alguna iglesia evangélica estaba ahí instalada. Parroquia, seguro no había, mejor así, pensé, no era bueno que los curas anduviesen cerca. El galponcito distaba de parecer una ofi cina, pero podía arreglarse con poco. Entré, y tras de mí Julián, Juaco y el Pichu. –Los otros tres deben estar por llegar, el partido terminaba a las cuatro. No tenía plan alguno, en las caras de los muchachos reconocía una esperanza, sólo debía descubrir de qué tipo, para encaminar mi discurso hacia allí. Para empezar: nada de consejos “deben sentir que hacen bien lo que hacen” “Tengo que trabajar el sentido de pertenencia” Julián trajo una “Quilmes” que liquidamos en pocos minutos, luego vinieron dos más. A las seis llegaron los que faltaban y empecé la reunión. El público dejaba un poco que desear, pero era lo que había. Lo cierto, es que no entendía por qué me respetaban, yo no contaba con un plan para ellos (ni siquiera para mí) así que debí improvisar un discurso que sonó a charla de kiosco pero con categoría de organización criminal. ¿Qué sabía yo del tema? Poco, Hollywood me había asesorado con películas, quizás haber leído algo de Puzzo o los cuentos de un amigo abogado penal. Tenía a favor mi capacidad a la hora de la empatía, el haberme criado junto a gente de ese nivel sociocultural y, lo más importante, mi tendencia a lo abyecto, pero organizado. –El tema en cuestión, muchachos, es que puedan laburar tranquilos. Porque esto de ser “pungas” puede ser interesante un tiempito, pero se van a cansar cuando comprueben que nunca van a ser ricos. Y lo peor de todo es que van a ser pobres y con la fama de “chorros baratos”. Porque hay gente pobre, pero zafan de la infelicidad con la excusa de su honradez. Yo quiero conmigo gente “del palo” pero con un poco más que lo común. ¿Qué es un poco más? Un poco más que los destaque del resto. A ver, vos Julián, decime qué sabés hacer bien. –Yo dibujo “joya”, te copio lo que sea. –¿Dónde aprendiste? –Fui hasta segundo año de la técnica. –¿Y vos Juaco? –Yo corro muy fuerte, y salto alto. Ah, juego a la pelota bien. –¿Alguna vez estuviste en un club? –En séptimo grado, en Bahía Blanca, era titular en Defensores del Sur, después nos vinimo acá y nunca tuvimo plata para entrar a otro club. Pero juego con los muchachos. –Pepo, ¿vos? –Toco el bajo a veces, pero no tengo bajo. También peleo bien. –¿boxeas? –No, loco, con patadas, medio sucio me gusta a mí. –¿Onda chino? –Onda villa, nadie me puede por el barrio, y en la barra, yo voy adelante. –¿Sos calentón? –¡No!, soy re “tranqui” yo, si cuando peleo me río y todo. –¿Pichu? –Mi tío dice que no sé ni atarme los cordones, pero me llama para trabajar siempre, o sea que capaz que sirvo para eso. Tengo fuerza, loco, mirá mis brazos. –¿Hacés pesas? –No, ¡mira si voy a ir a un gimnasio!, me cuelgo de la barra y le doy y le doy, aparte me gusta trepar, a todo trepo, árboles, puentes, techos. –Guillermo. –Yo peleo bien, también, no se quien gana si peleo con Pepo. –¿Alguna otra cosa? –Leo de corrido, y tengo mucha memoria, me acuerdo de todo. –¿Todo, todo? –De todo, miro un auto de atrás y me acuerdo la patente. –Faltás vos, Roque. –Yo peleo bien, por algo voy al frente en la barra. Además, soy lindo. –¿Quién te dijo? –Todas las minitas, siempre me dicen que soy lindo.

No hay comentarios: