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agosto 01, 2020

III

Caminé sobre el aire los pasos hasta mi ofi cina, me sentía demasiado bien. Romina estaba sacando unas fotocopias y me miró preocupada. Mi sonrisa la tranquilizó y se fue después de preguntarme qué quería almorzar. Trabajé sin pausa hasta las dos, hora en que imprimí los doscientos cheques y me dispuse a almorzar un sándwich de milanesa en el patio mientras revisaba el revolver. Parecía estar en buen estado, incluso tenía seis balas. Pensé que si tenía las balas era porque andaba, así que lo guardé poniéndole antes el seguro, o lo que yo suponía que era el seguro ya que las armas nunca me habían gustado. De curioso, entré a Internet e investigué sobre calibres y pistolas. A las tres menos cuarto llamó Roberto: –¿Ya puedo fi rmar esos cheques? –Te dije a las tres, quizás un poquito más. –Pero, yo me tengo que ir a una reunión. –Ya te expliqué que cuando vas a ver a un amigo no se le dice “reunión”, aparte es culpa tuya, me hiciste perder una hora. –…. Mi jefe cortó el teléfono, sabía que era conveniente morderse la lengua en ese caso. Yo seguí con Internet y llamando por teléfono hasta las tres y media, cuando decidí llevarle los cheques para fi rmar. En toda la tarde no pude pensar en qué hacer con Julián cuando me llamara, traté, pero nada me venía a la mente. A las cinco menos diez sonó mi celular, era él, sólo dije: –Te dije a las cinco– y corté. Diez minutos después volvió a llamar. –¿Cómo va tu día? –Bien, Joaquín, junté casi doscientos pesos, ¡Y sin el caño! –Viste, vamos a andar bien vos y yo, por ser hoy, te podés quedar con ciento cincuenta, esperame a las seis y media en la placita. –Listo, nos vemo ahí. Unos minutos antes de las cinco me fui sin saludar, compré un par de Heinekens en un kiosco y marché hacia mi casa. A las seis me senté a leer el diario en un banco de la plaza hasta que apareció Julián. –¿Te duele algo? –Un poco nomás, desde los trece, que mi papá se fue, que no me pegaban tanto, tomá los cincuenta. –Tomá una cerveza, sentate. ¿Vivís en la villa? –Más vale. –¿Quién es el dueño del bar? –Hay dos, aunque uno es más “despensita”, el que nos juntamos a la noche es de Cholito Márquez. –¿Es del palo? –Es un groso el chabón, carga con cuatro, dice, pero está re tranquilo ahora, dice que conoció a Jesús. –Traelo acá mañana a esta hora, tengo que hablar con él de “negocios”, decile. ¿De dónde sacaste este caño? –Se lo compré al Cholito, anda bien, viste. –Así parece, cuando te tenga confi anza te lo devuelvo. ¿Dónde andan los otro dos de esta mañana? ¿Son buenos pibes? –El “Pichu”, el coloradito, es un pan de Dios, casi nos criamos juntos. El “Juaco” vino hace poco a la villa, pero labura bien con la “punta”. –Anda a preguntarles cuánto hicieron hoy. Seguí leyendo el diario, a los cinco minutos volvió Julián con sesenta y cinco pesos. –¿Fue un mal día? –Lo que pasó es que al Pichu lo agarró la “yuta” y le sacaron todo. Es verdad, tipo a las tres, en la vía y 9 de julio. –¿Quién lo agarró? –El “forro” de Jiménez, vive pegado a la villa, ¿lo conocés? –¿Uno de bigotes, medio gordo?– Lo conocía de mis andanzas por el concejo deliberante, el tipo muchas veces hacía guardia y conversábamos. –Ese, es un hijo de puta, nos deja laburar pero a veces quiere una parte. –Ya lo vamos a acomodar. –¡Que grande, Joaquín! –Quiero que mañana cambies de zona, necesito que no te vean por el barrio en una semana, llamalo al coloradito. –¿Vos sos Pichu? –Sí viejita, “el Pichu” –Nada de “viejita” conmigo o te cago a trompadas. A vos te quiero por la costa, cubrime diez cuadras entre la avenida y el arroyo. Pero laburá hasta las doce, conseguite un bolsito lindo y afeitate bien, tenés que dar aspecto de limpio. –Está bien, igual a la tarde tengo que ir a laburar con mi tío. –¿Carpintero? –Sí, tenemos que entregar unas sillas. –Por ahora vas a hablar con Julián, yo no te conozco ni vos me conocés. Chau, humo. –¿Y el otro? –Averiguame bien qué tal es y mañana vemos si nos sirve o no. Mañana a esta hora te quiero acá con Cholito. Llamame cualquier cosa, tengo un día complicado. Chau.

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